Varvie ha perdido todos los dientes y sigue comiendo chupa-chups como si el tema no fuera con ella. Los mantiene en la boca, no los muerde, como mucho los desliza de un carrillo a otro para saturarse de un sabor a fresa que le da sentido a todo.
Cuando la niña Varvie quiere hablar, sujeta el palito con la mano derecha y sin sacarlo de la boca lo apoya en las encías desnudas, que reciben el dulce embolado como un maná bíblico pegajoso.
Y la pequeña rubita, la angelical muñeca de ojos azules, ha tirado sus cepillos de dientes virginales por la taza del water mientras en el salón de su casa se organiza a hurtadillas un internado en Birmingham para la niña.
Ha empezado a preparar la maleta, vestidos blancos, gomas para el pelo, dos cajas de chupa-chups y para el dolor, y bien guardaditos, sus inyectables secretos de morfina.